martes, 17 de julio de 2007

Biografías: Don Camilo (historia real, nombre ficticio)

Camilo era un chavalo prieto, largo y seco que no sabía muy bien qué hacer con su vida. Vivía en una ciudad creciente, que en los años cincuenta alimentaba su crecimiento con la gente que llegaba a ella de los ranchos del estado. Así había llegado la familia y se había asentado en uno de los barrios tradicionales de la ciudad.
Camilo encontró trabajo muy joven como intendente en las oficinas del Gobierno del Estado. Junto con el trabajo encontró el alcohol, y sus hallazgos lo acompañaron durante largas décadas.
Camilo repartía su tiempo en esa época entre la chamba, su recién empezada familia (se casó a los veinte años) y las cantinas, aunque cada vez más se reservaba las fuerzas y el dinero para éstas últimas.
El tiempo pasó y Camilo siguió viviendo su vida haciendo malabares entre las tareas de criar a sus hijos, mantener su relación a flote y atender su creciente afición -luego costumbre, luego adicción- por el alcohol.
En su cumpleaños treinta, Camilo entró a trabajar a un bodegón llamado "Archivo de concentración". Era una galera oscura y desolada que contenía ratas de kilo y medio y todos los papeles de los archivos muertos de ciento veinte años de historia del gobierno del estado. Camilo debía barrer un poco, recoger los despojos de las ratas envenenadas y atender al poquísimo público que llegaba al archivo. La mayor parte del tiempo la pasaba leyendo expedientes viejos, desempolvando recuerdos añejos, y enterándose de cómo era la entraña de los papeles oficiales.
Casi sin percibirlo el alcohol le hizo cada vez más daño, hasta que Camilo se aferró con dientes y uñas a un grupo de autoayuda para lidiar con su adicción. A partir de ahí la vida le cambió. Nunca volvió beber, aunque conservó el vicio del tabaco y de las coca-colas en envase de vidrio.
Camilo pasó treinta y cinco años trabajando en el archivo (así se convirtió en Don Camilo) convirtiéndose en su índice viviente.
Cuando se retiró se miró una tarde sus manos, los dedos carcomidos por los hongos de los papeles viejos y manchados para siempre con tintas de insoldables recuerdos, y entendió que su vida estaría para siempre ligada al sabor de los secretos oficiales.

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