Hace ocho años viví una temporada en la hermosa sierra de Chihuahua. Ya la conocía, la había visitado muchas veces con mi familia, pero nunca me había aventurado a vivirla, con todas sus implicciones. Estuve trabajando en un pueblito de 20 familias, perdido entre los pinares, en la rivera del río Papigochi, uno de los más importantes de la sierra.
El pueblo tenía apenas un año con luz eléctrica, y la gente, sobre todo los niños, estaban descubriendo sus enormes bondades; en cada viaje los vecinos iban acarreando lo que podían: licuadoras, un que otro refrigerador viejo, calentones eléctricos, y sobre todo radios y televisiones.
Mi llegada allá coincidió con la instalación de una antena parabólica, que permitía ver un solo canal de televisión (el "de la estrellas"), así que todo el pueblo se entretenía por las tardes en ver las telenovelas (en esa época me eché religiosamente "Camila" con Bibi Gaytán y "El Privilegio de Amar"). Luego de un tiempo los niños del rancho empezaron a hablar como lo hacían los actores en las telenovelas, sobre todo usando interjecciones: (¡demonios!, ¡diantres!)
Antes de eso la gente se trepaba a un cerro con una televisión en la troca. Allá, en la punta de la loma más alta, ponían a alguien a sintonizar la antena sobre un pino, y podían ver sus novelas, diluidas en los grises y blancos de la interferencia de la señal. La gente usaba el mismo método de subirse a un cerro para poder hablar por teléfono celular.
Trabajando allá me di cuenta de lo que significa la pobreza, la exclusión, el aislamiento: la mayor parte de la gente nunca había visto un semáforo, una vía férrea, el mar (que era algo así como un mito lejano). Las vidas de las personas que veían por televisión se presentaban fantásticas y totalmente dispares con la vida cotidiana de aquella minúscula comunidad.
Para mitigar el aburrimiento y dizque para trabajar me llevé una máquina 386 viejita al rancho. Fue la sensación, muchos de los lugareños habían visto ya computadoras en la televisión, pero nunca las habían tenido cerca.
Nunca he regresado al rancho, y es una de mis asignaturas pendientes, regresar a ver cómo han ido las cosas, ver si la gente ya conoce un semáforo.
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Hace 4 meses
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